La mujer del reloj by Álvaro Arbina

La mujer del reloj by Álvaro Arbina

autor:Álvaro Arbina [Arbina, Álvaro]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2016-02-03T23:00:00+00:00


28

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La luz rojiza del atardecer hacía que la jofaina y el cubo de latón con agua limpia, dos objetos de lo más sencillos, brillaran como piedras preciosas. Junto a la ventana de su habitación había una sencilla mesita de caoba, donde descansaban un par de paños y un pequeño espejo de mano.

Julián se lavó el rostro en la jofaina y se miró en el espejo. Hacía meses que no comprobaba su aspecto, ni siquiera en una charca, y se sorprendió al verse reflejado en él. El joven que recordaba había desaparecido; el espejo le mostraba un hombre con el rostro curtido y tostado por el sol. Las facciones juveniles que una vez lo remarcaron con suaves y afiladas formas habían desaparecido, sustituidas por un endurecimiento de los rasgos, con pequeñas arrugas que surcaban su frente al fruncir el ceño.

Se acercó al espejo y observó con detenimiento su poblada barba, que le crecía exuberante y briosa en el bigote, la perilla y las patillas. Entonces cogió la navaja de su padre, y la deslizó con suavidad mientras le rasuraba los pelos limpiamente, sin dolor. Ante la falta de uso, resolvió mantenerse cauto durante toda la operación, y a pesar de ello no pudo evitar cortarse en el mentón. Cuando hubo terminado, esbozó una sonrisa de satisfacción.

«Todo un hombre», se dijo mientras se limpiaba con el paño.

Tras ordenar su cabello siempre revoltoso, se enfundó su camisa recién lavada y se acercó a la silla donde tenía desplegado el chaleco de su padre. Comprobó con cierta melancolía lo viejo que estaba. Lo raído de las hombreras se había acentuado y varios botones colgaban a punto de caerse.

Salió de la habitación y pidió en el mostrador de abajo cepillo y jabón. Al volver arriba, el último estertor del día se mostraba en la estancia con sesgados rayos rojizos, los cuales le permitieron acicalar su vieja prenda con sumo esmero. El cariño se mostraba en los delicados movimientos de sus manos que trataban de lavarla con el cepillo sin desgastarla aún más. Cuando se hubo secado, sacó de la capa lo que quedaba de hilo y reforzó los botones. Al concluir con la tarea, sostuvo el chaleco en alto, orgulloso de su remiendo. Pese a ello, no había podido esconder los años que cargaban sobre él.

Sintió una ráfaga de nostalgia al recordar a su padre vestido con él. Las últimas semanas había vuelto a ser capaz de dibujar los rostros de su familia en su mente. Y gracias a ello, había desarrollado una vía para sentirse mejor en momentos como aquel. Se imaginaba a sus padres juntos, sonrientes y felices de haberse vuelto a encontrar, mirándolo desde el cielo. Incluso veía a su hermano Miguel, también sonriendo. Veía a su madre radiante, tal y como la recordaba antes de que enfermara. A veces podía llegar a sentir su olor a frescura, a limpieza.

Se sorprendió a sí mismo con el chaleco enfundado, contemplándose en el espejo. Las lágrimas ya no le fluían con tanta facilidad. A pesar de ello, requirió de un momento para serenarse.



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